Cuando pensamos en el cuidado y acompañamiento de una persona con PCI o con discapacidad, lo primero que suele venir a la mente son las sesiones de fisioterapia, los ejercicios guiados o las consultas con especialistas. Y sí, todo eso es vital. Sin embargo, hay un aspecto muchas veces relegado a segundo plano, que en realidad juega un papel igual de importante en su progreso, especialmente de niñas y niños: el uso de una silla neurológica con sistema postural adecuado.
Este tipo de sillas no son simplemente un medio de transporte o una forma de “sentarse cómodamente”. Son, en muchos casos, una terapia pasiva que trabaja todos los días, a cada hora, mientras el niño estudia, juega, convive o simplemente descansa.
¿Qué es una terapia pasiva?
Una terapia pasiva es aquella que actúa sobre el cuerpo sin que la persona tenga que realizar un esfuerzo físico consciente. En este caso, la silla neurológica cumple esa función al mantener al Usuario en una postura correcta, alineada y estable. Es decir, el cuerpo sigue recibiendo estímulos positivos incluso cuando no está en una sesión de terapia formal.
Gracias a los sistemas posturales que integran este tipo de sillas —como soportes de tronco, cabezales, cinturones pélvicos, basculación y reclinación— se evita que el cuerpo adopte malas posturas o tendencias derivadas de las condiciones del Usuario que, con el tiempo, pueden provocar complicaciones como escoliosis, contracturas, dislocación de cadera o problemas respiratorios y digestivos.
¿Por qué no basta solo con la terapia?
La terapia activa es esencial para ayudar al niño a desarrollar fuerza, movilidad y coordinación. Pero por más completa que sea, la terapia dura apenas unas horas a la semana. ¿Qué pasa con el resto del día? Si en ese tiempo el cuerpo del niño no está bien posicionado o no recibe el soporte que necesita, mucho del trabajo logrado en consulta puede perderse.
Aquí es donde entra la importancia de la silla neurológica: permite que el tratamiento continúe fuera del consultorio, de forma constante y sin interrupciones. Es como extender los beneficios de la terapia a toda la rutina diaria del niño.
Una inversión en bienestar a largo plazo
A veces, por desconocimiento o por razones económicas, se elige una silla que no cumple con los requerimientos posturales que el niño necesita. Aunque pueda parecer una solución temporal o más económica, a la larga puede representar un riesgo. Una silla inadecuada puede llevar al niño a desarrollar deformidades, dolor crónico, e incluso la necesidad de intervenciones quirúrgicas que pudieron haberse evitado.
Contar con el equipo correcto no es un lujo, es una inversión en salud y calidad de vida. Una buena silla con sistema postural adecuado no solo previene complicaciones, sino que también da al niño la oportunidad de participar más activamente en su entorno, mejorar su autoestima y desarrollar todo su potencial.
Conclusión
Las sillas neurológicas con sistemas posturales no son un complemento de la terapia: son parte esencial de ella. Son un aliado silencioso pero constante, que acompaña al niño todos los días en su crecimiento, en sus retos y en sus logros. Porque cuando hablamos de rehabilitación, cada minuto cuenta. Y contar con el equipo adecuado hace toda la diferencia.